martes, 25 de octubre de 2011

Etapa tras etapa

¿Una biografía? Eso es lo que parece que tengo que escribir. ¿En 1º persona, en 3º o quizás como si la autora fuera una extraña en el relato propio de su vida?  ¿Tengo que relatar absolutamente todo, o vale guardar para mí aquellos acontecimientos bonitos o no tan bonitos que no quiera expresar aquí?

Aunque parezca sencillo, no lo es en absoluto. Realmente complicado. Costoso y difícil poder llegar a expresar una historia de mi vida en 600 palabra. ¿20 años en 600 palabras? No es mucho que digamos, más bien poco. Poquísimo.

Entonces sí que tendré que resumir….o ¿quizás no? Quizás no quiera centrarme o exponer los acontecimientos físicos por así decirlo como mis primeras vacaciones o el color que me gustaba cuando tenía 5 años. Podría empezar: 1991. 16 de Enero. Guerra del Golfo. Día invernal, frio, casi helador. Nace una niña de ojos marrones y sonrisa fácil. Peso mediano. No es de mucho llorar, acurruca la cabeza junto a su madre y así consigue quedarse dormida…
Le suele delatar el ir con vestidos de flores, de rayas o a lunares, le delata que insinúe sonrisas o que se moje porque se le ha olvidado coger el paraguas. Sí, eso es una biografía… ¿o no?
Sinceramente para mí una biografía es mucho más que eso.

Quizás un relato biográfico para mi sea exponer aquello que me ha servido en el día a día, aquellas lecciones de vida, aquellas enseñanzas que me han hecho crecer, desarrollarme como persona, detalles que han marcado mi vida, valores que conforman mis actuaciones, aquello con lo que voy escribiendo momento a momento un capítulo más en el inmenso libro de mi vida.
Aquellos momentos en los que he aprendido a madurar, a ser mejor persona, momentos en los que  he aprendido a aprender.

He tenido una vida feliz, si, muy feliz. ¿Agradecida? Mucho. Orgullosa diría yo. ¿Privilegiada? Más que eso.

Cuando era  pequeña todo mi tiempo giraba en torno a disfrutar en el parque jugando con otros niños, aprender a leer mis primeras palabras o  enfadarme porque no quería “parármela” jugando al escondite.
Aquel tiempo en el que podías descubrir tus más ocultas habilidades, a causa de un ¿A qué no eres capaz?  Y cuando cambiar las ruedas a la bici significaba un gran paso en tu vida.
Todo ese tiempo, visto con los ojos inocentes y alegres de una niña feliz.

Conforme empecé a cumplir años, mis preocupaciones de vida cambiaron. Lo más importante entonces no era jugar al balón prisionero o ser la primera en conseguir todos los cromos para la colección.
En esos momentos en los que por primera vez me compraba mi primera camiseta o iba a mi primer concierto no existía nadie más que yo. ¿A mi alrededor? Yo, yo y yo. Todo mío, para mí y para nadie más. Puro egoísmo. Pero sí, es  una etapa de mi vida al igual que las demás.

Conforme ha ido avanzando el tiempo he podido ir viendo poco a poco las cosas que me rodeaban, los problemas que existían y no estar cegada por el simple y egoísta “yo” adolescente con el que nada te preocupaba, nada parecía tener importancia, tan solo tú y lo que te pasara a ti.
He podido ir caminando poco a poco, intentado encontrarme a mí misma, intentando ser capaz de conseguir ser alguien en esta vida, he aprendido a levantarme tras las muchas veces que me he tropezado, resbalado y finalmente caído. Porque “caer siempre está permitido, pero levantarse es una obligación”.

Ya decía mi madre que de todas las experiencias se aprende y  casualmente todas las experiencias que he tenido me han hecho crecer, de todas he aprendido algo, pequeño o grande, pero algo.
Entrañable. Y bonito a la vez. Entrañable y bonito, pero cierto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario