viernes, 25 de noviembre de 2011

Tomemos cartas en el asunto

Queridas Maite y María:
Sin duda sabéis –pues habríais de ser ciegas, sordas y tontas– que estamos en plena campaña electoral. Quizá sea más acertado decir que la campaña electoral nos invade a nosotros. Y en este escenario, a estas alturas, os pregunto a bocajarro: ¿seguís teniendo fe en la política? ¿No estáis desencantadas? La democracia se asienta sobre la confianza de los ciudadanos, y creo que a día de hoy esta confianza peligra. Peligra porque nos dan serios motivos para desconfiar. Sin nombrar al pecador, este domingo he leído en la prensa que cierto alto cargo disfraza datos relativos a la situación económica del país. Es utópico pedir transparencia absoluta, pero en lo relativo a economía, qué menos, ¿no os parece?
Atentamente, Daniel.

Queridos compañeros:
¿Fe? Dudo que aún exista esa palabra en el ámbito político. La confianza se está deteriorando poco a poco. Decepción es la palabra que más pronuncian los ciudadanos, indignados, cuando se les pregunta acerca de ello. Desilusión y desencanto es lo que sienten al imaginarse la gran variedad de promesas políticas que van cayendo en picado. Pero no olvides, querido Daniel, que, como en todo, no puede generalizarse. Siendo cierto que hay motivos para desconfiar y pedir transparencia, también es verdad que detrás de la imagen despiadada y desconcertante de aquellos que salen día tras día en los medios, existe gente honrada. Gente que en nada se parece a ellos y en los cuales es posible creer. Tener fe.
Atentamente, María.

Queridos amigos:
No creo que se trate todo de un tema de confianza. Yo creo que el verdadero problema deriva en que el pueblo no se siente representado. En una sociedad donde predomina el pluralismo político, vergüenza me da que solo tengan importancia dos partidos, ¿Qué ocurre con el resto de fuerzas? En vano sirve darle un voto si te sientes identificado con él, porque no va a tener ninguna trascendencia. Y aunque solo haya dos partidos tampoco nos sentimos representados puesto que se dedican a ponerse la zancadilla los unos a los otros. Y yo les diría: “si no puedes vencer al enemigo, únete a él”. Pero no nos escuchan, ni se dedican a hacer política. No necesitamos que nos digan lo que está mal, eso lo sabemos todos. Queremos escuchar soluciones, propuestas para mejorar, no los defectos. Queremos ver colaboración, trabajo en equipo, no individualismos. Queremos ver al partido, no al político. Parece que se ha perdido el verdadero fin de la política, tratar de mejorar el país.
Atentamente, Maite.

Mis queridas compañeras:
Aquí ha salido un tema interesante: el bipartidismo imperante que sólo busca la paja en el ojo ajeno. ¿Os habéis dado cuenta de que son capaces incluso de maquillar su ideología y traicionar sus principios al estilo “grouchiano” con tal de oponerse al otro? ¿Es un bipartidismo de izquierdas y derechas? Cada vez cuesta más distinguirlos, porque nadie defiende su posición aportando ideas congruentes. Ya nadie hace propuestas, más allá de las estrictamente necesarias. Lo que se lleva ahora es el insulto. El desprecio. El destacar lo mucho que gasta el contrario. ¿Debate político o pelea de chiquillos en el patio del colegio?
Atentamente, Daniel.

Queridos Maite y Daniel:
Lleváis razón, los políticos demuestran una doble moral tremenda. Lo que menos importa es el desarrollo del país. ¿Credibilidad? Nula. ¿Quién va a creer en algo que nunca llega? Que fijen objetivos ciertos: qué quieren alcanzar en cada área en el plazo de cuatro años y con qué personal. No me parece tan difícil. Lo que falla es el control de resultados. Un mayor control de resultados incentivaría mayor esfuerzo entre los políticos. Pero coincidiréis en que no hay control, hay descontrol. Un profundo descontrol que lleva a una lejanía cada vez más acentuada entre políticos y ciudadanos. Y es que lo que está pasando en España es insólito. Mientras el paro aumenta, muchos de nuestros políticos defienden sus sueldos vitalicios. Me parece de todo menos serio. Y la culpa, en parte, es de los ciudadanos que están adormilados. Que se levanten y protesten, que se quejen, eso es lo que hace falta. Una “levadura para elevar la masa”, que dice Hessel. Y no, amigos, no me sirven los indignados.
Atentamente, María.

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